LA CABEZA BIEN PUESTA
Para la comprensión cabal de los postulados de Morín, expresados en su obre La cabeza bien puesta (1999) se debe comenzar por abordar su concepto de complejidad, en tanto desafío de la globalidad. Al efecto indica: “… existe complejidad cuando no se pueden separar los componentes diferentes que constituyen un todo … y cuando existe tejido interdependiente, interactivo e interretroactivo entre las partes y el todo, el todo y las partes” (p.14) De esta conceptualización, que bien puede parecer un galimatías, puede interpretarse que hay complejidad cuando son inseparables los distintos elementos que constituyen un todo y existe un entramado interdependiente entre el objeto de conocimiento y su contexto, entre las partes y el todo, luego entonces, la complejidad será precisamente la unión entre la unidad y la multiplicidad..
Con La Cabeza bien puesta, repensar la reforma, reformar el pensamiento, Edgar Morín (1999), pretende sentar las bases para una verdadera reforma educativa. Más allá de la connotación reduccionista que puede significar el término “enseñanza” en el sentido de “instrucción”, Morín plantea una “enseñanza educativa” cuya misión habría de ser, no sólo la transmisión de conocimientos, sino de una cultura que permita comprender nuestra condición y ayudarnos a vivir.
El “paradigma de la simplificación”, formulado por Descartes, que ha sido rector del saber occidental desde el siglo XVII, postuló como principio de toda verdad las ideas “claras y distintas” (Descartes, 1637) y la búsqueda de reglas fijas para descubrir verdades. Este pensamiento disyuntor terminó por entorpecer el camino de la ciencia hacia su propio conocimiento, coartándole la posibilidad de reflexionar sobre sí misma.
En todo el pensamiento cartesiano se distinguen dos importantes principios: el de separación y el de reducción, teniendo este último una doble articulación: por una parte, la reducción del conocimiento del todo al conocimiento de la suma de las partes; y por la otra, la limitación de lo cognoscible a lo mensurable, donde lo verdadero es lo evidente y lo evidente, a su vez, debe estar definido por la claridad y la distinción.
La historia del pensamiento moderno estuvo signada por este esfuerzo de comprender la naturaleza de las cosas y los sucesos simplificando permanentemente los fenómenos para su mejor comprensión. Y fue, precisamente, bajo el manto de este pensamiento mecanicista, que se produjo la reducción de lo complejo a lo simple y la hiperespecialización, fragmentando profundamente el entramado complejo de la realidad hasta llegar a la ilusión de admitir que una mirada reducida sobre lo real puede llegar a tomarse por la realidad misma.
La educación no ha sido ajena a este pensamiento simplificador. Frente a realidades cada vez más complejas que ponen en evidencia la necesidad de un conocimiento multidisciplinario, la educación, tradicionalmente, ha formado al ser humano con esquemas disyuntores, que buscan la comprensión a través de la separación de las partes. Una verdadera reforma educativa requiere un profundo cambio en los esquemas tradicionales de enseñanza. Una postura abierta a la realidad en sus múltiples facetas, desde sus distintas aristas, enmarcada en una dialógica de aspectos que pueden ser, al mismo tiempo, antagónicos y complementarios.
En este sentido, la reforma que plantea Morín trasciende a la reforma curricular, porque entraña el concepto de un hombre que entrelaza una vertiente biofísica y otra psico-socio-cultural, ambas en permanente interacción.
Hay diferentes desafíos: el cultural, el sociológico (trabajar en la información, conocimiento y pensamiento), el cívicos (solidaridad) y el mayor de todos, la reforma de la enseñanza tiene que ver con la reforma del pensamiento y la del pensamiento con la reforma de la enseñanza.
En vez de sólo acumular conocimientos debemos también tener una aptitud general para plantear y analizar problemas y tener principios organizadores para vincular saberes y darles sentido. Todo conocimiento es a su vez traducción y reconstrucción a partir de señales, signos, símbolos, en forma de representaciones, ideas, teorías, discursos. Su organización (en función de principios y reglas) implica operaciones de unión (conjunción, inclusión, implicación) y de separación (diferenciación, oposición, selección, exclusión.) Este proceso es cíclico: de la separación a la unión, del análisis a la síntesis y viceversa.
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